"No ser nadie más sino tú mismo, en un mundo que está haciendo todo lo posible, día y noche, para hacer que tú seas alguien distinto, significa luchar la más dura batalla que cualquier ser humano pueda enfrentar y nunca dejar de luchar". - E. E. Cummings

jueves, 8 de noviembre de 2012

La moral española

Haciendo un repaso muy general por la historia de la filosofía práctica llegas a la ordinaria conclusión de que todo es una reescritura del estudio platónico y aristotélico. Es habitual empezar el prólogo de cualquier escrito contemporáneo citando a Platón, Aristóteles o Sócrates (pese a que no dejó obra escrita). No seré yo quién ponga en duda las sabias palabras de Whitehead -"la Historia de la Filosofía no eran más que notas a pie de página de los diálogos de Platón"- y empezaré esta entrada citando a Aristóteles. El estagirita decía que donde hay amistad no hay injusticia. Entendiendo amistad en un sentido un tanto distinto o más amplio al actual; como una relación de armonía, una relación de benevolencia recíproca entre mínimo dos sujetos no necesariamente individuales. Podemos considerar la amistad entre dos personas, la amistad entre dos hermanos, entre padre e hijo, entre el pueblo y el estado, incluso entre un dictador y un país. En la intención que hoy me ocupa, me interesa la relación de amistad comprendida como comunidad. Concretamente la comunidad española.

 Continuando con esta borrachera de citas y frases dignas de cualquier buen estado de facebook que se precie, los ilustrados franceses -parafraseando al político romano Tácito- dijeron  : “La moral de un pueblo es inversamente proporcional al número de sus leyes”. Tomando esta simple y sincera cita se sigue que en España tenemos un grave problema de moral.
 Si echamos la vista atrás, en los últimos diez años se han iniciado procesos para la creación de un gran número de leyes en nuestro país. Leyes que -menos alguna que otra hitleriada- se han presentado como inapelables e inevitables. El problema reside en la cuna de esta inevitabilidad. Obviamente surge en nosotros. En nuestros actos. Los actos de la comunidad española.
Si comparas la cifra con la de otros países de occidente el fenómeno se hace aún más indigesto si cabe.
El que se presume como último capitulo de esta larga serie es la problemática que han lanzado algunos jueces españoles en torno a los desahucios. Pero habrá más. Los habrá en la medida que no nos replanteemos nuestra base moral como pueblo y el porqué copamos rankings europeos como los de corrupción, fraude fiscal, piratería y demás. Obviamente aquí cabe una disección de grupos y colectivos pero tampoco debemos justificarnos con victimismos varios y hacer autocrítica. Élites siempre las ha habido y siempre las habrá, y en todos los países. Forma parte de la naturaleza ruin del hombre. Pero esto es harina de otro costal y aunque es más que evidente que necesitamos una limpieza y reconstrucción de nuestra clase política que pasa por salir a la calle (por dios, salir a la calle), debemos mirarnos a nosotros mismos y saber qué país queremos ser.
Algunos dirán que esta constante de leyes que se solapan son producto de un problema de base y que la constitución se hizo de cualquier forma en tiempos de cambio faltos de templanza y rigor. Sin intención de refutarlo, yo soy de la opinión que nada es por una única cosa y lo cierto es que la ley de la trampa es algo que está muy arraigado en nuestra cultura y a veces ponemos más ingenio y energía en buscar esa trampa que en sentir el placer del trabajo bien hecho.
Me quedo lejos de perseguir soluciones ni mucho menos dar lecciones de moral, tan sólo invito a una reflexión. Reflexión sobre cómo queremos obrar en el futuro post-crisis (dejo implícita su existencia sin pruebas concluyentes) y sobretodo cómo queremos educar a nuestras generaciones venideras.

sábado, 13 de octubre de 2012

¿Un director debe escribir para ser un 'auteur'?

"Algo extraño ha ocurrido en el cine durante los últimos cincuenta años. En los viejos tiempos, un director no neccesitaba escribir el guión para ser un creador de películas. Cineastas como John Ford, Howard Hawks o John Huston no escribían los guiones y conseguían de veras ser los autores de sus películas y de su trabajo, en el sentido más amplio posible.

Hoy en día, creo que existe una verdadera diferencia entre los directores que escriben y los que no, Personas como Atom Egoyan o los hermanos Coen, por ejemplo, nunca podrían hacer las películas que hacen si no las escribieran ellos mismos. Martin Scorsese es un poco distinto. Es cierto que él no escribe, pero participa en la escritura de una forma sumamente activa y toma decisiones importantes. Por lo tanto, existe una auténtica continuidad en su obra, un auténtico equilibrio entre sus películas. Stephen Frears, en cambio, no escribe; sencillamente, transforma en películas guiones que escoge, y creo que ganaría mucho si se pusiera a escribir.

No obstante, el problema viene más de los guionistas que de los directores, Hace cincuenta años, los mejores novelistas del momento escribían guiones para Hollywood: William Faulkner, Dhashiell Hammett, Raymond Chandler, Lillian Hellman... Y creo que luchaban mucho más que los escritores de hoy en día para imponer sus ideas. Cuando leo las memorias de Anita Loos, me sorprende ver que el ingenio que empleaba para sortear las ridículas exigencias de los estudios era tan grande como el que se necesita para escribir un guión estupendo.

El problema de hoy es que los guionistas ya no parecen tener tanto valor y acaban escribiendo para agradar a los estudios y a los productores. Cuando, finalmente, el texto llega al director, ya lo ha rehecho una docena de intermediarios, todos con sus propias opiniones. No puede surgir nada original de un proceso así. Para evitarlo, muchos directores prefieren escribir ellos mismos, aunque se trata de una solución provisional. De forma ideal, un director tiene que encontrar a un guionista que sea una especia de alma gemela y mantener con él una relación parecida al matrimonio. A todas luces, sucedió así en el caso de Scorsese y Schrader en Taxi Driver. Dromaban una pareja ideal; eran lo que debería ser todo director y guionista: las dos caras de la misma moneda."


Pedro Almodóvar respondiendo a Laurent Tirard en su libro "Lecciones de cine".



domingo, 24 de junio de 2012

Gioacchino Rossini y la presión como antídoto a la pereza

"El compositor Gioacchino Rossini, célebre por su afición al lujo y la vida ligera, pasó en Nápoles una temporada como huésped del empresario Barbaia, quien después del fracaso de su última ópera, volvió a confiar en él para una nueva obra.
Después de los seis meses pactados con el compositor, el empresario, harto de verlo zanganear a expensas de su dinero, decide encerrar a Rossini en una habitación con el propósito de no dejarle salir hasta después de componer algo. En sólo un día el compositor entregó desde una ventana la genial Obertura del Otello."

Leído en: http://es.wikipedia.org/wiki/Gioacchino_Rossini

jueves, 21 de junio de 2012

Cuando 'La Culpa' te somete

Escribo esta entrada con la intención de compartir el cortometraje de David Victori, LA CULPA. Hacía tiempo que no veía un corto de tal factura. Magnifico trabajo, tanto a nivel narrativo como de producción.

Ese último plano picado con una música turbadora al más puro estilo 'Psicosis' y con semejante alegoría me pone los pelos de punta.

sábado, 5 de mayo de 2012

Zizú, el schnauzer

     Si mi hermano tuvo la lúcida y madridista idea de bautizar al perro con el nombre de Zizú, en honor al jugador de fútbol, correrían los primeros años del nuevo milenio. Yo contaba unos catorce años.
     Una calurosa tarde de finales de junio mi madre se presentó en casa con un perro que había recogido del centro veterinario del barrio. Según mis recuerdos el can era un Schnauzer –probablemente un cruce– de color blanco con una mancha negra en el hocico y otra en el lomo. Traía consigo una cartilla sanitaria que rezaba su procedencia sudamericana, su nombre (dato que mi hermano obvió) y el historial de vacunas. Me dio lástima al leer sobre su lejana procedencia e imaginé la hipotética y larga odisea que tuvo que correr el pobre animal.
     Aunque la capacidad de improvisación de mi madre nunca dejaba de sorprenderme aquello me descolocó por completo; en mi casa no eran muy receptivos con el tema animales de compañía, especialmente mi padre.
     Pese a que era verano Zizú tiritaba. Se acurrucó al final del salón. Junto al sofá. Yo alargué el brazo y lo acaricié con intención de calmarlo. Tanto yo como mi hermano estábamos un tanto confusos y escépticos. Ambos nos preguntábamos cuanto tiempo le restaba al pobre animal para que mi padre o mi madre le nominase para abandonar la casa.
    —Para el tito Robe. Para su campo—dijo ella, con una sonrisa de oreja a oreja.
    Eso ya tenía más sentido. El 'tito robe' o Roberto era -y sigue siendo- el hermano de mi madre, un gran amante de la naturaleza que por aquel entonces tenía un terreno en Piera con una casita de madera. Había pasado algún que otro domingo de verano -siempre a regañadientes- y el lugar era de lo más rural y pintoresco: la casita de madera, pajareras con palomos, una diminuta plantación de lechugas y hortalizas varias, gallinas correteando sueltas en armonía con gatos y dos pavos reales. Antes de llegar a su nuevo hogar Zizú pasó un par días con nosotros.
     Al principio no me entusiasmé demasiado con el nuevo inquilino, tal vez porque ya sabía que su estancia era accidental y no quería encariñarme.
     En la mañana del veinticuatro de junio, día después de la verbena de San Juan, subimos al coche los cinco rumbo al terreno de mi tío no sin antes pasar por casa de mi abuela, en Sabadell. Para entonces yo ya me había encaprichado de Zizú e incluso intenté tímidamente, y sin éxito, convencer a mi padre para quedarnos con él.
   —Los perros son muy guarros y trabajosos—dijo.
     Mientras mis padres y mi abuela desayunaban yo saqué a pasear a Zizú al parque que había detrás del bloque de pisos. Aún quedaban restos de ceniza y madera carbonizada de las hogueras que avivaron la noche anterior. Zizú olfateó el lugar todo lo que pudo y jugamos al clásico juego con un pequeño tronco que él iba a buscar y me traía para que se lo volviese a lanzar. Fue la primera vez que le quité la correa, no lo hice antes por miedo a que escapase. 
    Mi madre advirtió desde el balcón de que era momento de marchar.
   —¡Zizú!—grité.
    Olisqueaba entre los restos de una ya extinta hoguera cuando, veloz, fue hacía mí. En ese preciso instante me sentí la persona más dichosa del mundo; me reconocía como su amo y siguió mi estela alrededor de la manzana hasta llegar al portal del edificio, ¡Y sin correa! Definitivamente, Zizú y yo habíamos conectado.
     Pasamos el día en el terreno de la casita de madera. Comimos arroz, Zizú acosó a las gallinas y, junto a mi hermano, exploramos la infinita arboleda que rodeaba a la propiedad. También tuve mi tiempo para mangar un cigarro a mi tío y fumármelo mientras me perdía entre los trigales. Lo cierto es que no fue un mal día.
    Pero llegó el inapelable momento del adiós. Me despedí de Zizú y fui el primero en subir al coche. Mientras avanzábamos por un camino pedregoso que se abría entre los campos de trigo giré la vista hacía la casita de madera y ahí estaba Zizú, sentado, observando como nos alejábamos. Seguimos por el irregular camino hasta llegar al asfalto. Noté como me caía una lágrima que barrí antes de que alguien se percatase y juré que iría algún fin de semana a visitarlo. Pero esa fue la última vez que lo vi.
     Años después me enteré de que entraron a robar al terreno de mi tío y se llevaron a Zizú. Espero que le vaya bien allá donde esté.


viernes, 4 de mayo de 2012

El paro

Con nuestro mecánico de confianza nos sentamos a la mesa. Paco. El del barrio.
El de toda la vida. El mismo que me dio ese trabajillo de verano en los noventa
con el que costee el fin de semana en que pedí a Carla que se casará conmigo.
Hoy nos vendía su preciado Bagheera color ocre tras otra inútil jornada en la
calle de la cola interminable. Disfrazaba su pena, bromista, pero yo reconocía
esa mirada contraria. Él me dio las llaves, yo pagué la cuenta. Tras estrenarlo
Carla insistió en que podría haberlo encontrado más barato.